Por adolescencia solemos entender la etapa que se extiende (a groso modo) desde los 12 – 13 años hasta aproximadamente el final de la segunda década de la vida. Se trata de una etapa de transición en la que ya no se es niño, pero en la que aún no se tiene el estatus de adulto (Palacios, 2014, pág 434).
En la cultura occidental la etapa evolutiva “adolescencia” es en cierto punto un producto del siglo XX. “La cultura adolescente” como describe Palacios (2014), se caracteriza por tener sus propias modas, hábitos, estilo de vida, valores, por tener preocupaciones e inquietudes que, si bien aún no se relacionan a la de los adultos, ya no son parte de la infancia. En la misma cultura occidental pero años atrás o en culturas diferentes a la nuestra, existe una incorporación del niño al mundo adulto en una edad temprana y sin un punto medio (sin adolescencia). En sociedades menos desarrolladas, incluso existen un
a serie de ritos asociados al comienzo de la pubertad y a los cambios físicos que esto conlleva.
Es importante destacar las diferencias entre adolescencia y pubertad. Llamamos pubertad al conjunto de cambios físicos a lo largo de la segunda década de vida en donde el cuerpo infantil se transforma en el de un adulto. Llamamos adolescencia a un período psicosociológico que se prolonga varios años más y se caracteriza por ser el “puente” o transición de la infancia a la adultez (Palacios, 2014, pág 436). Como mencionamos anteriormente, la adolescencia no es necesariamente universal y no tiene las mismas características en todas las culturas.
Desarrollo Cognitivo
“Los adolescentes a menudo combinan el orgullo, la lógica y la emoción de formas que contrastan con los procesos cognitivos de las personas mayores” (Berger, 2007, p.465). Estos modos de pensamiento se denominan: egocentrismo adolescente, pensamiento operacional formal y pensamiento posformal. El egocentrismo refiere al pensamiento de los adolescentes a favor de sí mismos y de que imaginan que las demás personas pueden estar pensando en ellos, tales hipótesis las asumen como verdaderas. Estas percepciones pueden estar distorsionadas por la compenetración que tienen sobre sí mismos, se da mucho aproximadamente entre los 10 y 13 años. Se consideran individuos especiales (y más aún en el plano social) de lo que realmente son. Por lo tanto, le es difícil imaginar la perspectiva de otro sujeto y esto genera que el comportamiento del otro se tome como algo personal. Por ejemplo, una crítica por parte de un docente podría llevarlos a una conclusión errónea de que no le agradan a nadie. Por otra parte, un comentario casual de índole positivo puede conducir a un pensamiento de “soy un genio” o de “todos me aman”. Dentro de este egocentrismo adolescente se pueden evidenciar varios aspectos: el mito de invencibilidad, el mito personal, y el público imaginario. El mito de invencibilidad refiere a la idea que tienen de ser no vulnerables a personas o situaciones que les puedan provocar daño (invencibles como serían los superhéroes). Por ejemplo, al andar en moto sin casco y a altas velocidades haciendo piruetas, creen que no van a sufrir las consecuencias de un accidente. O que tampoco les pasará nada a diferencia del resto si consumen drogas o mantienen sexo sin protección, “cuando realizan cualquiera de estas cosas (como muchos lo hacen) y escapan al daño inmediato (como la mayoría), el alivio temporal no los hace sentir afortunados y agradecidos, sino especiales y orgullosos” (Berger, 2007, p.466). En el mito personal los adolescentes se perciben como individuos destinados a ser heroicos o legendarios, con una vida única llena de talentos. Pueden llegar a considerar a los integrantes de sus familias como seres ignorantes o totalmente por debajo de su nivel. Incluso algunos pueden llegar a pensar que no conviven con su verdadera familia biológica, sino que han sido adoptados o cambiados al nacer (este pensamiento lleva por nombre fantasía del niño expósito). El público imaginario es el pensamiento de creer que todos los observan y están pendientes de su apariencia, conductas e ideas. Como consecuencia tienden a fantasear con las reacciones que los demás tendrán sobre él. Creer que todo gira en torno a su persona los vuelve muy conscientes sobre sí mismos, esta conciencia personal sobre su apariencia es mayor entre los 10 y 14 años.
La audiencia imaginaria puede hacer que un adolescente entre en una sala atestada de gente creyendo que es el ser humano más atractivo. Podrían teñirse el pelo color fucsia o tocar música a todo volúmen para centrar la atención en ellos. También puede ocurrir lo contrario, los adolescentes podrían intentar evitar a todos para que no noten una imperfección en su mentón, o una mancha en su manga. (Berger, 2007, p.467)
Cambios Físicos
La composición del cuerpo entre niños y niñas es esencialmente igual con excepción de los órganos sexuales. Pero al finalizar los procesos de cambios generados en la pubertad, estas semejanzas iniciales mutarían a diferencias claramente identificables. En lo que refiere a los caracteres sexuales primarios, los órganos reproductores son distintivos para cada sexo. En los caracteres sexuales secundarios los cambios se generarían en un crecimiento de vello facial, cambio en la voz, ensanchamiento de los hombros (en los chicos), crecimiento del pecho y ensanchamiento de las caderas (en las chicas) (Palacios, 2014, pág 441). Todo esto, producto de una serie de mecanismos hormonales que se inician debido a la actividad del hipotálamo, es este quien envía señales a la hipófisis para la secreción de hormonas gonadotróficas. Son estas las hormonas que estimulan el desarrollo y la producción de gónadas y hormonas sexuales. Las hormonas responsables de los cambios físicos en la pubertad son la testosterona en chicos y la progesterona en chicas.
La pubertad en sí, es un proceso gradual de varios años de duración en el cual el adolescente experimenta cambios significativos. A la par de la alteración física, los adolescentes atraviesan procesos de cambio psicológicos que afectan sus formas de pensar, hacer y sentir. Es ejemplo de esto la influencia de las hormonas sexuales sobre el deseo y la actividad sexual, sobre la irritabilidad, agresividad o sobre la inestabilidad emocional (Connolly, Paikoff y Buchanan, 1996, como se menciona en palacios). Todos estos efectos psicológicos se encuentran mediados o afectados por factores sociales (entorno en el que el adolescente se relaciona) o factores psicológicos previos. Chicos y chicas viven el proceso de cambios en pubertad de manera diferente, pero para los estereotipos sociales con los que convivimos hoy, las chicas pueden estar en desventaja. Mientras que el aumento de masa muscular es importante para las habilidades físicas y deportivas en chicos, en las chicas este aumento corporal no va de la mano con el estereotipo de belleza “ser delgada”. Dependiendo de cada caso y de cada adolescente, es una situación que puede traer consecuencias en temas de alimentación (anorexia y bulimia) entre otros. La menarquía (o menstruación) puede generar reacciones negativas en las chicas adolescentes debido a una falta de información previa acerca del acontecimiento y sus síntomas.
Identidad
En los primeros años los adolescentes experimentan muchos “yo” posibles. Diferentes percepciones de quienes en realidad son, quienes son en distintos contextos o grupos y quienes serían capaces de llegar a ser. Son conscientes que su conducta cambia según el contexto o circunstancias y entre estas múltiples conductas adoptadas, se preguntan cuál es el “yo real” (Berger, 2007). Suelen adoptar un “yo falso”, por lo que actúan de manera contraria a como en verdad son. Estos “yo” falsos y contradictorios entre sí suelen darse con más frecuencia al inicio y sobre la mitad de la adolescencia. El objetivo final es el logro de la identidad. “Los adolescentes establecen su propia identidad al reconsiderar todos los objetivos y valores establecidos por sus padres y la cultura, al aceptar algunos y al rechazar otros” (Berger, 2007, p.496). Lo opuesto a este logro de identidad se denomina difusión de la identidad.(identidad difusa) Consiste en un estado de apatía sobre todos los roles en donde no son capaces de completar tareas de los estudios, hacer nuevos amigos, encontrar un empleo y pensar en su futuro. Para ellos nada es importante o todo les da igual o se dedican a dormir mucho, mirar tv o dedicarse a los videojuegos.
La identidad prematura( hipotecada) ocurre cuando los jóvenes adoptan roles y costumbres ya sean de sus padres o de la cultura en la que viven sin cuestionarlos, no exploran otras alternativas para forjar su identidad. Un ejemplo de esto sería un adolescente que decide dedicarse al mismo oficio que su padre para seguir sus pasos. Al llegar a la etapa adulta los sujetos que adoptaron este tipo de identidad (prematura) comienzan a cuestionarse por qué se convirtieron en lo que son (por ejemplo médico, político, sacerdote, etc) encontrándose así a la deriva sin un soporte para su propia elección (Berger, 2007). En caso de que el adolescente no pueda encontrar alternativas que le sean propias y que los roles que los adultos ofrecen puedan ser no atractivos o resultar inalcanzables, estas situaciones o expectativas pueden generar en ellos una reacción de identidad negativa. Los jóvenes adoptarían una identidad totalmente contraria de lo que se espera de ellos (por ejemplo la hija de un sacerdote se convierte en prostituta o el hijo de un profesor se niega a cursar secundaria). Una versión de la identidad negativa es la identidad oposicional (Ogbu, 1993), que ocurre cuando un adolescente rechaza la cultura dominante y adopta estereotipos negativos exagerándolos. Por ejemplo, algunos jóvenes homosexuales se llaman a sí mismos orgullosamente “maricas” y algunos estadounidenses negros están orgullosos de ser los “más malos” (Berger, 2007, p.498).
En cuanto a los contenidos que los adolescentes suelen incluir en el concepto de sí mismo, hay que destacar que los cambios físicos propios de la pubertad les obligarán a revisar la imagen que hasta entonces habían construido para incluir los nuevos rasgos que empiezan a configurar su nuevo cuerpo de adulto (Palacios, 2014 p.472).
Durante la niñez los procesos de socialización suelen actuar eficazmente, de forma que antes del inicio de la adolescencia niños y niñas han ido ajustando sus valores, actitudes y comportamientos a los roles que la sociedad define para cada sexo (Palacios, 2014, p.486). Debido a los cambios en la pubertad, a los adolescentes se les cataloga en un cierto estereotipo que tienen que cumplir. Por ejemplo, las chicas tienen que tener buenas calificaciones o estar arregladas, mientras que los chicos tienen que ser buenos en los deportes. (Palacios, 2014).
Desarrollo Social
En principio no cabe esperar transformaciones radicales en el desarrollo social con la llegada de la adolescencia, ya que se mantiene cierta continuidad con los años de infancia que le precedieron. Sin embargo, es razonable pensar que todos los cambios físicos y psicológicos que experimenta el adolescente repercutirán sobre las relaciones que establece en todos aquellos contextos en los que participa como la familia, el grupo de iguales, o la escuela (Palacios, 2014, pág 494). Si bien durante la adolescencia tienen lugar una serie de cambios en la relación que chicos y chicas establecen con sus padres, estos cambios no tienen que suponer necesariamente la aparición de conflictos graves. Al parecer, la pubertad coincide con el momento de mayor conflictividad y a lo largo de la adolescencia, el número de conflictos entre padres e hijos tiende a disminuir. Estos conflictos producidos suelen relacionarse con aspectos de la vida cotidiana tales como las tareas de casa, las amistades, la forma de vestir o la hora de volver a casa, etc (Palacios, 2014, pág 495). Como ha señalado Smetana (como se menciona en Palacios, 1989), estos conflictos suelen originarse porque mientras que los adolescentes consideran estos asuntos como aspectos de su vida privada (que les incumben sólo a ellos), sus padres aún se consideran con el derecho a establecer reglas al respecto. También es frecuente que la percepción que el adolescente tiene de sus padres experimente una clara desidealización, y la imagen que tienen de unos padres omnisapientes y todopoderosos (propia de la infancia) será reemplazada por otra mucho más realista, en la que tendrán cabida defectos y virtudes.
Hay distintas razones que pueden justificar este cambio en las relaciones familiares tras la pubertad. En primer lugar, hay que destacar los cambios cognitivos ya mencionados, cambios que van a afectar a la forma en que piensan sobre ellos mismos y sobre los demás. Otro es que chicos y chicas empiezan a pasar cada vez más tiempo con sus pares, lo que les permitirá una mayor experiencia en relaciones horizontales o igualitarias que puede llevarles a desear un tipo de relación semejante a la de su familia. La situación más frecuente es la de hijos que desean más independencia de la que sus padres están dispuestos a concederles. Una vez pasado este primer momento, los padres suelen flexibilizar su postura y los hijos irán ganando poder y capacidad de influencia, produciéndose una disminución de conflictos en la adolescencia media y tardía (Palacios, 2014, pág 496).
Otro tópico bastante extendido es el que considera al adolescente como un individuo aislado en su mundo y que ha cerrado todos los canales de comunicación con su familia. Aunque en algunos casos pueda darse una ruptura total de la comunicación, en general, la mayoría de adolescentes suelen hablar con sus padres acerca de muchos de los temas que les preocupan. Larson y Richards (como se menciona en Palacios, 1994) encontraron que entre los 9 y los 15 años se produce una clara reducción en el tiempo que chicos y chicas pasaban interactuando con su familia en actividades colectivas, como por ejemplo ver juntos la televisión o charlar. Este tiempo es sustituido por estancias solitarias del adolescente en su cuarto y por relaciones con el grupo de amigos. Aquí se identifica como fundamental el papel moderador que el contexto familiar juega en la relación existente entre la autonomía emocional y la adaptación del adolescente. Los datos disponibles en la actualidad apoyan la hipótesis de que el medio familiar óptimo para el desarrollo y la autonomía del adolescente es aquél que en las relaciones de los padres con los hijos combina el afecto con el favorecimiento de la individualidad mediante conductas que estimulan la autonomía cognitiva y la iniciativa propia, como por ejemplo, favoreciendo la discusión, el intercambio de puntos de vista entre padres e hijos y la adopción de opiniones propias por parte de estos últimos. También el control y la supervisión de la conducta del adolescente resulta fundamental durante esta etapa evolutiva, ya que muchos de los problemas de conducta que surgen están relacionados con un escaso control parental.
Pasando al ámbito de las relaciones horizontales, los vínculos de amistad no son exclusivos de la adolescencia, pues niños y niñas dedican una parte importante de su tiempo a jugar con amigos; sin embargo, se producen algunos cambios importantes en este tipo de relaciones. Al llegar a la adolescencia, estas relaciones gozarán de una mayor estabilidad sin que el alejamiento físico o temporal de los amigos suponga el fin de la relación. Probablemente, como consecuencia de la maduración cognitiva y del tiempo que dedican a hablar de sí mismos, los adolescentes irán comprendiéndose mejor unos a otros, lo que va a repercutir en que las relaciones con los amigos estén marcadas por la reciprocidad, en el apoyo y ayuda de unos a otros mostrando un mayor comportamiento prosocial (Palacios, 2014, pág 504). Las relaciones con los iguales sobre todo con los amigos van a constituir una experiencia muy gratificante que enriquecerá la vida del joven. Otra consecuencia positiva que pueden tener las amistades es la de proporcionar apoyo instrumental para la resolución de determinados problemas prácticos, así como información sobre diferentes temas como relaciones personales, sexualidad o asuntos académicos. A pesar de la intensidad de las relaciones con los iguales, será frecuente que al inicio de la adolescencia chicos y chicas experimenten ciertos sentimientos de soledad, probablemente por encontrarse en una situación de transición entre la vinculación afectiva con los padres propia de la infancia y el establecimiento de las intensas amistades juveniles. Si durante los años escolares los padres estaban muy por encima de otras influencias, al llegar a la adolescencia tendrán que compartir su influencia con los iguales. De todas maneras, está claro que no todos los compañeros tienen la misma capacidad de influencia. Sin duda, los amigos íntimos tendrán más capacidad de influir que quienes son sólo amigos superficiales, y éstos más que quienes no lo son. Más bien cabe pensar que padres y amigos no compiten entre sí, sino que representan influencias complementarias que satisfacen diferentes necesidades del joven (Palacios, 2014, pág 507).
Tal vez uno de los temas más populares al hablar del período de la adolescencia es el desarrollo de la sexualidad. El aumento del impulso sexual, unido a la imitación de los comportamientos adultos. Esto favorece a que chicos y chicas empiecen a acercarse con interés al otro sexo. En el contexto del grupo o pandilla mixta es donde chicos y chicas van a empezar a sostener sus primeras citas; después, en la medida en que vayan ganando soltura y sintiéndose más cómodos en estas relaciones empezarán a tener citas fuera del amparo del grupo. Estas primeras relaciones de pareja son muy importantes para la vida social y emocional de chicos y chicas, y su calidad está asociada al grado de ajuste socioemocional. En sus primeras citas, aprenden a interactuar con personas de distinto sexo, se divierten, experimentan los primeros escarceos eróticos y mejoran su prestigio ante el grupo de iguales, sobre todo cuando son vistos con una pareja muy deseable. Por ello, no es extraño que para sus primeras citas prefieran parejas que tengan mucho prestigio y sean muy valoradas por sus compañeros. Furman y Wehner (como se menciona en Palacios, 1994) argumentan que las relaciones de pareja durante la adolescencia temprana satisfacen cuatro tipo de necesidades: sexuales, de afiliación, de apego, y de dar y recibir apoyo.
Según Palacios, la influencia social es en este terreno contradictoria: por un lado, se ejerce una importante presión para controlar y retrasar las manifestaciones sexuales durante este período; por otro, encontramos una creciente erotización de la sociedad a través de los medios de comunicación, especialmente en los mensajes dirigidos a jóvenes. No debe, pues, extrañarnos que nos encontremos con importantes problemas en este área: insatisfacción, falta de información, embarazos no deseados, etc. El alto grado de intimidad que chicos y chicas alcanzan en sus relaciones de amistad, unido a las necesidades afectivas y sexuales de este período, hace que las relaciones homosexuales no sean infrecuentes entre adolescentes. Sin embargo, la mayor parte de ellos no va a continuar con este tipo de relaciones durante la adolescencia tardía o la adultez. También vamos a encontrarnos con el caso contrario; chicos y chicas que a pesar de sostener relaciones heterosexuales, comenzarán a forjar una identidad y una orientación de carácter homosexual. Se trata de un proceso lento que suele comenzar sobre los 13 años en el que caso de los chicos y sobre los 15 entre las chicas, y que se manifiesta por la falta de interés por las relaciones heterosexuales y el surgimiento de los primeros deseos hacia otros adolescentes de su mismo sexo, y que suele culminar al final de la adolescencia con la definición de una identidad homosexual (Savin-Williams y Rodríguez, 1993 como se menciona en Palacios).
Dentro de los contextos educativos, durante la adolescencia, la disminución del rendimiento académico, la menor motivación hacia las tareas escolares, la falta de asistencia a clase o el abandono de la escuela, son fenómenos que irrumpen con fuerza al inicio de la educación secundaria. También se van a producir cambios importantes en el funcionamiento de las aulas. Así, en las clases de secundaria el profesor suele ejercer un mayor control y una disciplina más estricta que en primaria (Palacios, 2014, pág 515).
Síntesis
La adolescencia es una etapa de transición entre la niñez y la adultez, que generalmente abarca desde los 12-13 años hasta finales de la segunda década de vida. Caracterizada por cambios físicos y psicosociales, esta etapa no es universal y varía según las culturas. En la cultura occidental, la adolescencia se ha establecido como una fase con modas, hábitos y valores propios, distinta de la infancia y la adultez.
Durante la adolescencia, los jóvenes experimentan cambios físicos significativos debido a la pubertad, que incluyen el desarrollo de caracteres sexuales primarios y secundarios. Estos cambios están influenciados por hormonas como la testosterona y la progesterona. Además, los adolescentes atraviesan un desarrollo cognitivo que incluye el egocentrismo, el pensamiento operacional formal y el pensamiento posformal, lo que afecta su percepción de sí mismos y de los demás.
La identidad también es un aspecto crucial en esta etapa, con adolescentes explorando diferentes roles y valores antes de consolidar su propia identidad. Las relaciones sociales se transforman, con un aumento en la importancia de las amistades y cambios en la dinámica familiar.
El desarrollo de la sexualidad y las primeras relaciones de pareja también son significativos durante la adolescencia, influenciados por la socialización y la educación. La transición a la secundaria puede presentar desafíos académicos y de motivación. En resumen, la adolescencia es una etapa compleja y multifacética, marcada por importantes cambios físicos, cognitivos y sociales.
Bibliografía
Berger, K. (2007). Psicología del desarrollo, infancia y adolescencia. Madrid, España: Editorial Médica Panamericana.
Coll, C. Marchesi, A. Palacios, P. (2014). Desarrollo psicológico y educación 1. Psicología evolutiva. Madrid, España: Editorial Alianza